Hoy por fin nos subimos a un avión, han pasado seis largos meses y anoche no podía conciliar el sueño. Estaba inquieta, pensaba en como sería volver a volar, la distancia social, la mascarilla, el gel.... mi mente me repetía que no olvidara nada. Por otro lado intentaba relajarme a mi misma, descansar, soñar con un vuelo feliz. Era una sensación muy extraña. Llevo toda la semana deseando que llegara este momento. El momento de escribir desde mi asiento de un avión, mientras veo el ala del avión sobre el mar y las nubes por la ventanilla, mientras oigo de fondo a la tripulación de cabina hacer su trabajo, mientras mi compañero busca una postura para dormir y el pasajero de al lado admira el paisaje. Y ha llegado el momento y estamos volando como siempre, uno junto al otro, en los mismos asientos, con algunas diferencias, pero con "normalidad".
Hemos salido de casa mucho antes de lo habitual, "por si las moscas" pero no había tráfico en la carretera. Nuestro coche se ha quedado en el parking de siempre y al llegar al aeropuerto hemos entrado, facturado y pasado el control sin esperas. El aeropuerto estaba muy vacío, muchísimas tiendas y locales cerrados, había gente pero teniendo en cuenta que estamos hablando del aeropuerto del Prat en Barcelona la sensación de desierto era abrumadora, la verdad.
El embarque ha sido ágil y el vuelo tranquilo. En pocos minutos estamos en Menorca, un destino que nunca habíamos pensado visitar en agosto. La nueva normalidad también nos está dando cosas buenas, momentos que en otra situación no se hubieran dado. Es triste ver los sitios turísticos con poca gente, te hace pensar en cuántas personas han perdido su trabajo o su negocio a causa de esta crisis. Por otro lado esta situación permite disfrutar de lugares y momentos únicos.
Algunas personas nos pueden llamar irresponsables o inconscientes, otros valientes, pero simplemente somos nosotros, amando los viajes, amando conocer el mundo, amando la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario